Cuando hablamos de ansiedad y fobias, a menudo nos enfrentamos a algo mucho más complejo de lo que parece a simple vista. Muchas personas creen que la ansiedad es simplemente una reacción a una situación estresante o peligrosa. Sin embargo, nuestra mente tiene una forma especial de reaccionar, que a veces nos lleva a sentir miedos intensos frente a cosas que, en realidad, no suponen un peligro real. Esto puede hacernos sentir perdidos, como si estuviéramos atrapados en miedos que no entendemos bien, pero que parecen ser mucho más grandes de lo que son.
Es importante reconocer que no toda ansiedad es mala. La ansiedad «normal» es aquella que nos alerta sobre un peligro real, como una situación peligrosa o un desafío. Nos ayuda a estar alertas y tomar decisiones para protegernos. Pero hay veces que la ansiedad se vuelve problemática porque no responde a un peligro concreto del momento, sino a algo que está relacionado con experiencias pasadas, con miedos que quedaron sin resolver en nuestra mente. Es como si, de repente, nuestra mente se quedara atrapada en un momento del pasado, sin poder avanzar, y reaccionara de forma desproporcionada a las situaciones actuales.
Las fobias son una manifestación de este tipo de ansiedad. A veces, un objeto o una situación que no representa un peligro real se convierte en algo aterrador, simplemente porque nuestra mente lo asocia con una sensación de miedo o angustia que no podemos identificar completamente. Las fobias están relacionadas con los miedos internos que sentimos, aquellos que surgen de nuestras experiencias, inseguridades o traumas emocionales, más que con los peligros externos que nos rodean. Son una forma que tiene nuestra mente de defenderse de la angustia, un mecanismo de protección.
Cuando algo nos genera miedo profundo y no sabemos cómo enfrentarlo, nuestra mente puede tomar un «atajo» y trasladar ese miedo a otro objeto o situación que, aunque en apariencia no es peligrosa, se convierte en el centro de nuestra ansiedad. Este mecanismo nos ofrece un alivio temporal porque nos permite evitar enfrentar directamente el miedo original. Pero, a largo plazo, el miedo sigue ahí, solo que ahora está camuflado.
Este proceso es completamente natural, y es parte de la forma en que todos tratamos de manejar las emociones que no podemos controlar. No obstante, cuando estas defensas se mantienen durante mucho tiempo, pueden interferir en nuestro desarrollo emocional, impidiéndonos crecer y lidiar con el dolor de manera más saludable. Las fobias no son simplemente algo que “tenemos”; son el resultado de nuestra mente tratando de protegernos de la angustia, de un conflicto emocional profundo que aún no hemos podido resolver.
Es importante también entender que las fobias y la ansiedad no son una muestra de debilidad, ni algo de lo que debamos avergonzarnos. Son respuestas humanas naturales, una forma de nuestra mente de adaptarse a situaciones que no puede procesar de inmediato. Sin embargo, es posible hacerles frente. El primer paso es reconocerlas, comprenderlas, y darle espacio a nuestro ser interno para que se exprese. A través de la comprensión, la paciencia y, en algunos casos, el acompañamiento terapéutico, podemos aprender a transformar estos miedos y encontrar formas más saludables de relacionarnos con nosotros mismos y con el mundo.
En definitiva, lo que nuestras fobias y ansiedades nos están diciendo es que hay algo en nuestro interior que necesita ser atendido. Es como si la mente, en su afán de protegernos, nos estuviera pidiendo que pongamos atención a una parte de nuestra historia personal que aún necesita ser sanada. No se trata de deshacernos del miedo, sino de entenderlo y aprender a convivir con él de una manera que nos permita avanzar y crecer.