La Epidemia en el Diván, ilustración de Manuel Romero

La Epidemia en el Diván

La epidemia del coronavirus ha sumido a la humanidad en una crisis mundial sin precedentes. La sociedad asiste paralizada a la expansión de un virus que se extiende, sin entender de fronteras, de la mano de la globalización dejándonos una imagen insólita de ciudades desérticas, hospitales colapsados, personas confinadas, enfermos aislados y muertos solitarios. Un camino difícil de transitar.

Estamos ante una realidad desgarradora en la que las personas enfrentan en medio del caos el temor a la enfermedad, la preocupación por el colapso económico, la pesadumbre ante una información amarga, el pavor ante una soledad donde se necesitaría presencia, la impotencia de no poder ni despedir a quiénes tr han creado. Y una angustia omnipresente, la de la muerte, propia o ajena.

Ante esta situación, cada uno emplea sus propios mecanismos para defenderse: la ocupación constante en medio del parón, la evitación de la información, el runruneo hipocondriforme, el uso compulsivo de teléfonos y redes, la indignación con las instituciones o la búsqueda exasperante de un chivo expiatorio a quien poder culpar. Distintas caras de un mismo malestar.

Es conocido que, en tiempos de crisis, el ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor. En los últimos días, hemos aguantado el paso de carritos de supermercado repletos de egoísmo, hemos soportado a iluminados con fórmulas –siempre pronunciadas a posteriori– que nos hubieran salvado de la catástrofe y hemos visto impotentes a aristócratas y políticos anunciando positivos y negativos de unas pruebas negadas para el resto. Pero en los últimos días hemos presenciado, también, convivencias familiares caídas en el olvido, hemos visto resurgir redes comunitarias más propias de otro tiempo y hemos descubierto que hay personas dispuestas a cuidarnos aún sin bonus a fin de año. Una lucha antigua entre supervivencia y solidaridad.

La situación, no solo está poniendo a prueba nuestra resistencia como individuos, sino que ha puesto en entredicho muchos de los pilares de la sociedad actual. Un enemigo microscópico ha confrontado a la población con su lado más frágil. Esta crisis nos ha venido a recordar que vivimos en un sistema que no todo lo puede, aunque a veces hayamos estado convencidos de lo contrario. Es tiempo de reflexionar sobre algunas paradojas que esta crisis parece haber acentuado.

En la época de la información inmediata y breve, los mensajes del escenario multimedia actúan como organizadores del ideario social, dando lugar a un pensamiento uniforme y débil. Estos días, el consumo masivo de noticias frescas y fugaces trata de paliar, sin éxito, angustias profundas y sostenidas. Lo resume magistralmente Daniel Bernabé: «Es el pago que nuestras sociedades hacen por la pérdida del criterio de autoridad intelectual, en donde la opinión fundada de un experto en enfermedades infecciosas vale lo mismo que las especulaciones infundadas de un youtuber».

En la sociedad de la ocupación y el entretenimiento permanente, el virus nos impone, de repente, un parón forzado que nos permite reflexionar sobre la rareza de esa falta de tiempo tan normalizada y sobrevalorada en nuestros días.

En los tiempos del individualismo se nos revela que la interrelación entre nosotros es infinitamente mayor que lo que nuestro brutal sistema económico nos hace creer. Cada uno de nosotros nos hemos visto forzados a pensar en términos de sociedad. La situación de confinamiento hace patente la importancia de las estructuras familiares, de las redes comunitarias y de la pertenencia a un colectivo como pilares necesarios para afrontar una realidad coloreada de angustia.

En una época en que las tradiciones, las costumbres y las creencias parecen haber pasado de moda y la ciencia y la tecnología han pasado a ser las nuevas religiones que prometen un paraíso sin enfermedad ni muerte que no llega, tomamos conciencia de que no somos sujetos sin historia hechos a nosotros mismos.

En plena epidemia asistimos al cierre de las fronteras, al resurgir de formas de soberanía pretéritas o a establecimiento de medidas proteccionistas que nos privan de los recursos para combatir al virus. Esto viene a cuestionar la imagen unificadora y ventajosa que los medios de comunicación se empeñan en transmitir de la globalización.

En una época aislacionista, emperrada en distinguir ‘a los de adentro’ y renegar de ‘los de afuera’, descubrimos súbitamente que podemos convertirnos en los que no pueden cruzar la frontera. Los virus no parecen entender ni de pasaportes ni de permisos de residencia. Es tiempo para reflexionar sobre la necesidad de recortar las desigualdades mundiales si no en aras de la ética, al menos en las de la seguridad.

Estos días asistimos impertérritos a la lógica única e imperante de un capitalismo que parece tornarse insostenible. En mitad de un consumismo voraz, vacío e innecesario los objetos de lujo –moda, coches, viajes– parecen haberse convertido en necesarios y los necesarios –mascarillas, pruebas, respiradores– en objetos de lujo. La activista canadiense Naomi Klein vuelve a alertar, una vez más, de que los gobiernos y estamentos mundiales aprovecharán estos tiempos de conmoción para implementar políticas que enriquezcan a las élites y debiliten a todos los demás agravando las desigualdades existentes. Es lo que ella ha llamado la doctrina del shock. Y así, asistimos al anuncio de los ERTE por parte de empresas prósperas con beneficios holgados a los que tendrán que responder, en última instancia, ciudadanos de esos estados con beneficios de todo menos holgados a golpe de recorte.

En los últimos años, hemos asistido al debilitamiento de los estructuras estatales. Dice el sociólogo francés Gilles Lipovetski que «donde había lógicas de servicio publico, hoy las hay de mercado». La pandemia actual viene a subrayar que nuestra civilización está huérfana de sistemas de protección y recuerda la necesidad de recuperar estados fuertes que protejan los sistemas sanitarios, las instituciones educativas y el medio ambiente.

Es, sin duda, tiempo para el compromiso y la responsabilidad colectiva pero los tiempos presentes, llenos de paradojas, hacen también imprescindible el tiempo de repensarnos y de reflexionar. El filósofo coreano Byung Chul-Han alerta de que «el virus no vencerá al capitalismo» remarcando que «el cambio deberá venir de una revolución humana». Finalizo con una cita de Immanuel Kant que se hace hoy más necesaria que nunca «Obedezca, pero piense, mantenga la libertad de pensamiento».

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